MARATON DE LECTURA

El próximo 2 de octubre se espera que en todo el país miles de chicos compartan actividades en torno a la lectura. A través de esta iniciativa, de participación gratuita y de carácter no competitivo, Fundación Leer se propone despertar el interés de la comunidad por la lectura.

Este año, nos acompaña el lema “Mi familia, mi mundo. Historias para descubrir, rescatar, leer y compartir”. En el marco de los preparativos para el festejo del Bicentenario, queremos motivar a que los niños tengan la oportunidad de rastrear historias, escucharlas, reescribirlas y compartirlas. De este modo buscamos que las narraciones no salgan exclusivamente de los libros. En cada familia, grupo o comunidad, hay miles de historias para disfrutar y compartir. La recuperación de los relatos orales conduce a la reafirmación de la identidad, el afianzamiento entre las comunidades y la valoración de lo nuestro como espacio privilegiado para pensar el futuro.


Y EN LA ESCUELA VAMOS A PARTICIPAR!!!!!!!!!

Relatos de la Mitología Griega


El viaje de los Argonautas


Pelias ha usurpado el trono de la ciudad de Yolco a su sobrino Jasón, y le ha prometido que se lo devolverá una vez que éste traiga el Vellocino de Oro. Así es como Jasón enrola a cincuenta héroes en la nave "Argo", navío prodigioso cuyo espolón estaba hecho de madera de la encina profética del santuario de Dodona y daba aviso a su timonel de los peligros de la navegación. El Vellocino se encontraba en la región de la Cólquide(Jalquida para los griegos- región que hoy se encuentra en la república de Georgia) y en los dominios del rey Eetes de aquel entonces y estaba a su vez custodiado por un dragón que no dormía ni de día ni de noche. Jasón consigue el Vellocino ayudado por la hija del rey, la maga Medea, después de haber realizado ciertas misiones que parecían imposibles como arar una parcela de campo sujetando unos bueyes que vomitan fuego por sus fauces, entre otros. El regreso de los Argonautas es no menos espectacular y peligroso a través de varias rutas alternativas. En este conjunto de relatos se reproduce el esquema arquetípico por el que se encarga a un héroe que lleve a cabo determinadas tareas con la esperanza de que no regrese de ellas con vida.

Los Doce Trabajos de Hércules

Atestiguados en las metopas del templo de Olimpia, Heracles hubo de realizar los Doce Trabajos por orden de Euristeo. Hazañas teóricamente imposibles y en las que también se buscaba que el esforzado héroe encontrara la muerte, vemos cómo fue capaz de ejecutarlas todas: debía matar al león de Nemea, cuya piel pasó a ser parte de la indumentaria del héroe; acabar con la Hidra de Lerna, monstruo de múltiples cabezas que continuamente se regeneraban; cazar vivo al jabalí de Erimanto; capturar la cierva de Cerinea, empresa que le llevó hasta el lejano país de los Hiperbóreos; destruir las aves del lago Estinfalo, cuyas plumas eran flechas de bronce; limpiar los malolientes establos del rey Augías; cazar el toro de Creta; domeñar las yeguas de Diomedes, peligrosas yeguas antropófagas; conseguir el cinturón de la amazona Hipólita; arrebatar su ganado a Gerión, empresa que-como también la siguiente-le vincula a tierras gaditanas; recolectar las manzanas de las Hespérides; y finalmente atar al perro Cerbero en los dominios subterráneos del infierno. Todo ello hubo de realizar el esforzado Hércules, emblema del estoicismo.

Los Siete contra Tebas

 Tebas fue el centro de uno de los mayores ciclos de la antigua saga mítica de Grecia, desde su legendaria fundación hasta que fue arrasada por Alejandro Magno. En ella reinó el infausto Edipo. Tras haber descubierto que es el asesino de su padre y que ha estado cohabitando con su madre, el viejo Edipo acaba de comprobar que es inútil oponerse al destino, pues aunque hizo todo para evitarlo, toda ha ocurrido de acuerdo al dictamen del oráculo. Es por eso que una vez ciego parte al exilio, y el trono de Tebas queda en poder de su hijo Eteocles, quien lo deberá ceder al cabo de un año a su hermano Polinices. Transcurrido el primer turno y ante la renuencia de aquél a traspasar el mando, Polinices solicita ayuda a la vecina Argos para asediar Tebas. Es la lucha fratricida. En cada una de las siete puertas de la ciudad se planta uno de los Siete héroes al mando de un grupo de guerreros y, de nuevo, el azar hace que Eteocles se enfrente a Polinices, hermano contra hermano. Muertos ambos, Creonte, rey ahora de la ciudad(tío de los herederos y hermano de Yocasta) prohíbe dar sepultura al cadáver de Polinices, a quien se considera un invasor que ha venido a atacar su patria. Sólo la valentía de su hermana Antígona desafía la orden del tirano y se atreve a esparcir un poco de tierra sobre el insepulto cuerpo de Polinices. En la siguiente generación, los hijos de los Siete contra Tebas (los llamados Epígonos) reemprendieron sus luchas. Es la categorización de los desastres de la ambición por el poder y las secuelas de la guerra. Esquilo inmortalizó el relato de los hermanos fratricidas en su obra Los Siete sobre Tebas"

El juicio de Paris

Celebraban los dioses la boda de la nereida Tetis y Peleo cuando la diosa Eris (la Discordia) dejó caer al suelo una manzana con la inscripción": Para la más hermosa". Tres diosas pretendieron merecer el galardón, pero al no ser fácil el acuerdo decidieron que fuera el pastor Paris el que resolviera el caso. Hera le recompensaría con el poder, Atenea con una especial inteligencia y Afrodita con el amor. El troyano Paris no dudó y le concedió la manzana a la diosa Afrodita. Cuando Paris encontró a la hermosa Helena, esposa del rey de Micenas, Menelao, Afrodita hizo que se enamorara apasionadamente de Paris quien la raptó y se la llevó a su reino. Esta fue la causa de la guerra de Troya y explica el partido que cada una de las diosas tomó por uno u otro bando: Hera y Atenea siempre de parte de los griegos, Afrodita de parte de los troyanos. Pero este elemental relato simboliza ante todo la tentación humana: al hombre lo atraen algunos de los tres premios que a Paris le ofrecieron las diosas: la ambición para conseguir el poder( Hera) alcanzar éxito profesional(Atenea) o plenitud en el amor( Afrodita).

La Guerra de Troya y los viajes de regreso

Grecia entera había participado en la gran expedición contra Troya. La hermosa Helena fue pretendida por los principales reyes de Grecia, por lo que su padre, Tindáreo, les hizo jurar a todos ellos que si algún día fuera necesario deberían acudir a la llamada de auxilio del que obtuviera la mano de Helena. Así que, raptada por Paris y conducida a Troya, su marido Menelao, congregó a los principales jefes griegos para el largo asedio de la ciudad. Al cabo de diez años, los griegos recurren a la astucia y fabrican un descomunal caballo(el Caballo de Troya)en cuyo interior se ha escondido un selecto grupo de guerreros. El ejército griego embarca en sus naves y finge su retirada tras haber dejado a las puertas de la ciudad el funesto caballo como ofrenda para Troya. Aunque el sacerdote Laoconte y la profetisa Casandra presagiaban desgracias si los troyanos introducían el caballo en la ciudad("teme a los griegos, aunque te ofrezcan regalos"). Troya sucumbe esa noche a mano de los guerreros salidos del vientre del caballo de madera. Caída la ciudad, los héroes griegos emprenden un incierto viaje de regreso. De estas aventuras quizá la más famosa es la de Odiseo que anduvo otros diez años vagabundeando hasta volver a su isla de Itaca. Peor suerte le cupo a Agamenón, que encontraría la muerte a manos de su propia mujer, Clitemnestra, cuando estuvo de regreso en su ciudad.

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HISTORIA DEL LIBRO



Los primeros libros consistían en planchas de barro que contenían caracteres o dibujos incididos con un punzón. Las primeras civilizaciones que los utilizaron fueron los antiquísimos pueblos de Mesopotamia, entre ellos los sumerios y los babilonios. Mucho más próximos a los libros actuales eran los rollos de los egipcios, griegos y romanos, compuestos por largas tiras de papiro —un material parecido al papel que se extraía de los juncos del delta del río Nilo— que se enrollaban alrededor de un palo de madera. El texto, que se escribía con una pluma también de junco, en densas columnas y por una sola cara, se podía leer desplegando el rollo. La longitud de las láminas de papiro era muy variable. La más larga que se conoce (40,5 metros) se encuentra en el Museo Británico de Londres. Más adelante, durante el periodo helenístico, hacia el siglo IV a. C., los libros más extensos comenzaron a subdividirse en varios rollos, que se almacenaban juntos.

Los escribas (o escribientes) profesionales se dedicaban a copiarlos o a escribirlos al dictado, y los rollos solían protegerse con telas y llevar una etiqueta con el nombre del autor. Atenas, Alejandría y Roma eran grandes centros de producción de libros, y los exportaban a todo el mundo conocido en la antigüedad. Sin embargo, el copiado a mano era lento y costoso, por lo que sólo los templos y algunas personas ricas o poderosas podían poseerlos, y la mayor parte de los conocimientos se transmitían oralmente, por medio de la repetición y la memorización. Aunque los papiros eran baratos, fáciles de confeccionar y constituían una excelente superficie para la escritura, resultaban muy frágiles, hasta el punto de que, en climas húmedos, se desintegraban en menos de cien años. Por esta razón, gran parte de la literatura y del resto de material escrito de la antigüedad se ha perdido de un modo irreversible. El pergamino y algunos materiales derivados de las pieles secas de animales no presentan tantos problemas de conservación como los papiros. Los utilizaron los persas, los hebreos y otros pueblos en cuyo territorio no abundaban los juncos, y fue el rey Eumenes II de Pérgamo, en el siglo II a. C., uno de los que más fomentó su utilización, de modo que hacia el siglo IV d. C., había sustituido casi por completo al papiro como soporte para la escritura.

Los primeros códices 

El siglo IV marcó también la culminación de un largo proceso, que había comenzado en el siglo I, tendente a sustituir los incómodos rollos por los códices (en latín, ‘libro’), antecedente directo de los actuales libros. El códice, que en un principio era utilizado por los griegos y los romanos para registros contables o como libro escolar, consistía en un cuadernillo de hojas rayadas hechas de madera cubierta de cera, de modo que se podía escribir sobre él con algo afilado y borrarlo después, si era necesario. Entre las tabletas de madera se insertaban, a veces, hojas adicionales de pergamino. Con el tiempo, fue aumentando la proporción de papiro o, posteriormente, pergamino, hasta que los libros pasaron a confeccionarse casi exclusivamente de estos materiales, plegados formando cuadernillos, que luego se reunían entre dos planchas de madera y se ataban con correas. Las columnas de estos nuevos formatos eran más anchas que las de los rollos. Además, frente a ellos poseían la ventaja de la comodidad en su manejo, pues permitían al lector encontrar fácilmente el pasaje que buscaban, y ofrecían la posibilidad de contener escritura por sus dos caras. Por ello fueron muy utilizados en los comienzos de la liturgia cristiana, basada en la lectura de textos para cuya localización se debe ir hacia adelante o atrás a través de los distintos libros de la Biblia. De hecho, la palabra códice forma parte del título de muchos manuscritos antiguos, en especial de muchas copias de libros de la Biblia.

Libros medievales europeos 

En la Europa de comienzos de la edad media, eran los monjes quienes escribían los libros, ya fuera para otros religiosos o para los gobernantes del momento. La mayor parte de ellos contenían fragmentos de la Biblia, aunque muchos eran copias de textos de la antigüedad clásica. Los monjes solían escribir o copiar los libros en amplias salas de los monasterios denominadas escritorios. Al principio utilizaron gran variedad de estilos locales que tenían en común el hecho de escribir los textos en letras mayúsculas, costumbre heredada de los tiempos de los rollos. Más tarde, como consecuencia del resurgimiento del saber impulsado por Carlomagno en el siglo VIII, los escribas comenzaron a utilizar también las minúsculas, cursivas, y a escribir sus textos con una letra fina y redondeada que se basaba en modelos clásicos, y que inspiraría, varios siglos después, a muchos tipógrafos del renacimiento. A partir del siglo XII, sin embargo, la escritura degeneró hacia un tipo de letra más gruesa, estrecha y angulosa, que se amontonaba en las páginas formando densos cuerpos de texto difíciles de leer (véase Escritura).

Muchos libros medievales contenían dibujos realizados en tintas doradas y de otros colores, que servían para indicar los comienzos de sección, para ilustrar los textos o para decorar los bordes del manuscrito. Estos adornos iban desde los intrincados ornamentos del Libro de Kells, una copia de los Evangelios llevada a cabo en Irlanda o Escocia en el siglo VIII o IX, a las delicadas y detallistas escenas de la vida cotidiana del Libro de horas, del duque de Berry, un libro de oraciones confeccionado en los Países Bajos por los hermanos Limbourg en el siglo XV. Los libros medievales tenían portadas de madera, reforzadas a menudo con piezas de metal, y poseían cierres en forma de botones o candados. Muchas de las portadas iban cubiertas de piel y, a veces, estaban ricamente adornadas con trabajos de orfebrería en oro, plata, esmaltes y piedras preciosas. Estos bellísimos ejemplares eran auténticas obras de arte en cuya confección intervenían, hacia el final de la edad media, orfebres, artistas y escribas profesionales. Los libros, por aquella época, eran escasos y muy costosos, y se realizaban, por lo general, por encargo de la pequeñísima porción de la población que sabía leer y que podía sufragar sus gastos de producción. Entre los manuscritos miniados españoles destacan los llamados beatos, libros bellamente decorados, sobre los Comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana.

El libro en Oriente 

Probablemente, los primeros libros del Lejano Oriente estaban escritos sobre tablillas de bambú o madera, que luego se unían entre sí. Otro tipo de libros eran los constituidos por largas tiras de una mezcla de cáñamo y corteza inventada por los chinos en el siglo II d. C. Al principio, estas tiras se incidían con plumas o pinceles de junco y se envolvían alrededor de cilindros de madera para formar un rollo. Más adelante, se comenzaron a plegar en forma de acordeón, a pegarse en uno de los lados y a colocarles portadas hechas de papel fino o tela. Los sabios y funcionarios que sabían escribir se esforzaron especialmente en dotar a sus escritos de estilos distintivos de caligrafía, que era considerada como una de las bellas artes, lo cual no es de extrañar, pues tanto el chino como el japonés y el coreano, lenguas habladas en la actualidad por unos 1.500 millones de personas, utilizan para su escritura los llamados kanji o ideogramas, caracteres que representan no sílabas, como los de los alfabetos occidentales, sino conceptos, y son unos dibujos esquemáticos que se pueden escribir utilizando gran cantidad de estilos más o menos creativos o artísticos.

Libros impresos 

En el siglo VI a. C., en China ya se imprimían textos utilizando pequeños bloques de madera con caracteres incisos, aunque el más antiguo de los libros impreso de este modo de que se tenga noticia, el Sutra del diamante, data del año 868. El Tripitaka, otro texto budista, que alcanzaba las 130.000 páginas, fue impreso en el 972. Por supuesto, imprimir libros a partir de bloques reutilizables resultaba más rápido y cómodo que tener que escribir las distintas copias del libro a mano, pero se necesitaba mucho tiempo para grabar cada bloque, y se podía utilizar para una sola obra. En el siglo XI, los chinos inventaron también la impresión a partir de bloques móviles, que podían ensamblarse y desensamblarse entre sí para componer distintas obras. Sin embargo, hicieron muy poco uso de este invento, debido a que el enorme número de caracteres (kanji o ideogramas) del chino —unos 7,000— hacía prácticamente inabordable la utilización de este sistema.

En Europa, se comenzó a imprimir trabajos a partir de bloques de madera en la edad media, idea que debió llegar como consecuencia de los contactos que por entonces ya se tenían con Oriente. Los libros impresos con bloques de madera solían ser obras religiosas, con grandes ilustraciones y escaso texto.

Libros del renacimiento 

En el siglo XV se dieron dos innovaciones tecnológicas que revolucionaron la producción de libros en Europa. Una fue el papel, cuya confección aprendieron los europeos de los pueblos musulmanes (que, a su vez, lo habían aprendido de China). La otra fue los tipos de imprenta móviles de metal, que habían inventado ellos mismos. Aunque varios países, como Francia, Italia y Holanda, se atribuyen este descubrimiento, por lo general se coincide en que fue el alemán Johann Gutenberg quien inventó la imprenta basada en los tipos móviles de metal, y publicó en 1456 el primer libro importante realizado con este sistema, la Biblia de Gutenberg. Estos avances tecnológicos simplificaron la producción de libros, convirtiéndolos en objetos relativamente fáciles de confeccionar y, por tanto, accesibles a una parte considerable de la población. Al mismo tiempo, la alfabetización creció enormemente, en parte como resultado de los esfuerzos renacentistas por extender el conocimiento y también debido a la Reforma protestante, cuyos promotores defendieron la idea de que cada uno de los fieles debía ser capaz de leer la Biblia e interpretarla a su manera. En consecuencia, en el siglo XVI, tanto el número de obras como el número de copias de cada obra aumentó de un modo espectacular, y este crecimiento comenzó a estimular el apetito del público por los libros.

La imprenta llegó muy pronto a España, y se supone que el primer libro español se imprimió en 1471, aunque este hecho no está documentado. Sí se sabe, en cambio, con seguridad, que al año siguiente Johann Parix imprimió el Sinodal de Águila fuerte, que pasa hoy en día, a falta de datos sobre otros, por ser el primer libro impreso español. El primer libro fechado impreso en España fue Comprehensorium de Johannes Grammaticus, que salió de la imprenta valenciana de Lambert Palmart el 23 de febrero de 1475. En los siguientes años, y auspiciados por la política cultural de los Reyes Católicos, aparecerían otros muchos libros, como la primera gramática española, la Gramática de la lengua castellana del humanista Elio Antonio de Nebrija, impresa en Salamanca en el emblemático año 1492, y que resultaría fundamental para la fijación de nuestro idioma. La imprenta llegó a América algo más tarde, en 1540, año en que comenzó a funcionar la primera en México. La edición de libros se inició en seguida y se multiplicó extraordinariamente, tanto en Nueva España como en el Perú.

Los impresores renacentistas italianos del siglo XVI establecieron algunas tradiciones que han sobrevivido hasta nuestros días. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, la del uso de caracteres de tipo romano e itálico, de composiciones definidas o de portadas de cartón fino, a menudo forradas en piel. Utilizaban también las planchas de madera y de metal para incidir en ellas las ilustraciones y establecieron los distintos tamaños de los libros —folio, cuarto, octavo, duodécimo, 16º, 24º y 32º. Estas designaciones se refieren al número de páginas que se pueden conseguir plegando una gran lámina de papel en las imprentas. Así, una lámina doblada una sola vez forma dos hojas (o sea, cuatro páginas), y un libro compuesto por páginas de este tamaño se denomina folio. Del mismo modo, una lámina doblada dos veces forma cuatro hojas (ocho páginas), y el libro consiguiente se denominará cuarto, y así sucesivamente. Los editores europeos contemporáneos continúan utilizando esta terminología. Los libros renacentistas establecieron también la tradición de la página de título y del prólogo o introducción. Gradualmente, se fueron añadiendo a estas páginas las del índice de contenidos, la lista de ilustraciones, notas explicativas, bibliografías e índice de nombres citados.

Libros contemporáneos 

A partir de la Revolución Industrial, la producción de libros se fue convirtiendo en un proceso muy mecanizado. En nuestro siglo, se ha hecho posible la publicación de grandes tiradas de libros a un precio relativamente bajo gracias a la aplicación al campo editorial de numerosos e importantes avances tecnológicos. Así, la baja en el costo de producción del papel y la introducción de la tela y la cartulina para la confección de las portadas, de prensas cilíndricas de gran velocidad, de la composición mecanizada de las páginas y de la reproducción fotográfica de las imágenes han permitido el acceso a los libros a la mayor parte de los ciudadanos occidentales. En América Latina se han desarrollado varios grandes centros productores de libros, a través de sus editoriales más conocidas, en Argentina, Chile, Colombia, México y Cuba.
A pesar de que los modernos medios de comunicación, como la radio, el cine y la televisión, han restado protagonismo cultural al libro, continúa constituyendo el principal medio de transmisión de conocimientos, enseñanzas y experiencias tanto reales como imaginadas. Por otro lado, aunque se ha especulado con la posibilidad de que el desarrollo de las tecnologías informáticas —que han acelerado el proceso de creación de libros, tanto en cuanto a la escritura como en cuanto a la producción industrial y, por tanto, reducido su coste— tengan, paradójicamente, como efecto la sustitución del libro por otras experiencias ligadas a la imagen (realidad virtual, películas interactivas u otros), cabe, sin duda, la posibilidad de que, del mismo modo que la reducción del precio del papel posibilitó la extensión del libro a amplias capas de la población, la sustitución del libro tradicional por el libro electrónico, con su consiguiente disminución de costos de producción y distribución, permita hacer accesible el conocimiento y las experiencias didácticas o de ocio que siempre han constituido su espíritu a la casi totalidad de la población del planeta. De este modo se podría materializar, quizá, el poder mágico de transformación de la realidad que el gran dramaturgo inglés William Shakespeare atribuía a los libros en su más imaginativa obra, La tempestad (1611), en la que Próspero, el duque de Milán expulsado de su ciudad por su ambicioso hermano, recupera su ducado ayudado por los conocimientos mágicos que le proporcionan sus amados libros.

Fuente: http://www.saber.golwen.com.ar/libro.htm#Libro
Martín A. Cagliani